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Los niños del Cauca

Escrito por  el 
19 mayo, 2010
    El jueves pasado, en Siberia (Cauca), uno de los pueblos que ha sido martirizado por las Farc en esa zona del país, en medio de una calle de honor formada por 650 niños sollozantes, compañeros del colegio Los Comuneros, se fue para siempre el pequeño Juan Pablo Chicangana, a quien la guerrilla apenas le dejó disfrutar cinco años de su vida.

    Juan Pablo fue víctima de esas bombas hechizas, o ‘tatucos’, que las Farc lanzaron contra la estación de policía de la localidad. Como siempre, sin reparar en niños, jóvenes ni viejos, pues en derechos humanos la guerrilla no se detiene a pensar. Lo exige, pero no los practica. En el atentado resultó gravemente herida la madre del menor, la concejala Luz Marina Patiño, que no pudo despedir a su ángel en el campo santo, porque estaba en el hospital.

    El sacrificio de menores por parte de las Farc es tan cruel como viejo. El pasado 24 de marzo, en otro acto miserable, que no fue suficientemente condenado, el frente 29 de esa agrupación, en El Charco (Nariño), engañó a un niño de 12 años que salía de la escuela para que llevara un paquete a la estación de Policía. Resultó ser una bomba que, cuando el menor apenas llegaba a las puertas, fue detonada a distancia. El pequeño murió y dos policías y tres civiles resultaron heridos.

    Las Farc no sólo siguen reclutando niños, especialmente en Guaviare y Cauca, a los que utilizan, según el Ejército, para que hagan labores de inteligencia, sino que los están usando como carne de cañón. Fuentes oficiales calculan que unos 73 jóvenes, especialmente pertenecientes a cabildos indígenas, que fueron reclutados a la fuerza recientemente, se hallan en el sexto frente y en la columna móvil Jacobo Arenas, distribuidos en 12 municipios del norte y sur del Cauca.

    Una, mil, y las veces que sean necesarias, hay que exigirles a las Farc que, por lo menos, dejen por fuera de su brutalidad a los niños. El pequeño Juan Pablo se agrega a la lista de víctimas este año en el Cauca: ocho policías, tres militares y doce civiles. Todo porque les interesa cuidar, a sangre y fuego, sus cultivos ilícitos, especialmente de marihuana. De allí se calcula que sale el 95 por ciento de esa droga que se mueve en el país.

    El Ejército y la Policía están haciendo una labor titánica, con aumento de pie de fuerza. Y es vital que cuenten con el resuelto respaldo de la comunidad, a la que la guerrilla le interesa amedrentar. Pero no lo lograrán, más cuando les están matando a sus pequeños. La tarea de erradicar a las Farc y sus cultivos de allí es fundamental. De ello depende la vida de miles de familias. Pero en especial de los niños.

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