Oír a las mujeres
Se calcula que por lo menos dos millones de mujeres han sido víctimas de violencia sexual en 60 años de conflicto armado. Una cifra que estremece y cuya perturbadora existencia es argumento más que suficiente para que este tema sea catalogado como prioritario. En especial ahora, cuando cada vez parece más ineludible el saldar cuentas con el pasado.
A sabiendas de lo anterior, y con el apoyo de ONU Mujer, la Unidad de Víctimas, el PNUD, Oxfam, la Gobernación de Bolívar, la Agencia de Cooperación Española y esta Casa Editorial, concluyó ayer en Cartagena el foro ‘Mujeres Nobel y sobrevivientes de violencia sexual’, evento que contó con la presencia de las premios Nobel de Paz Shirin Ebadi y Jody Williams, y la activista egipcia Hania Moheeb, convocadas por la periodista de este diario Jineth Bedoya, reconocida abanderada de esta causa.
Además de un valioso intercambio de experiencias de mujeres que en el mundo padecen y han padecido el mismo atropello y de cómo han reconstruido su vida y sanado las heridas que deja tan horrenda experiencia, también se presentaron testimonios estremecedores provenientes de nuestro conflicto. Relatos de menores obligadas a ir a la guerra y que terminaron convertidas en esclavas sexuales de sombríos individuos en armas; de ancianas que sufrieron execrables abusos y a las que luego desaparecieron o asesinaron los líderes paramilitares y guerrilleros.
Dichas historias propiciaron reflexiones que ambientaron un llamado dirigido a La Habana, para que no solo se le abra un espacio a este asunto en la agenda, sino que se haga una pausa para preguntarse en qué términos se ha dado la participación de las mujeres en la mesa y abrir el interrogante de si no le convendría a la misma incorporar de manera más decidida a la discusión de los temas la mirada femenina. «No queremos ser pactadas, sino pactantes», se escuchó. Y es que no les falta razón cuando plantean que en este largo conflicto los hombres han sido los que han asumido los roles protagónicos, tendencia que debe romperse a la hora de hacer la paz. Y lo que piden no es nada estrafalario ni utópico. Exigen que los acuerdos abran la puerta a la verdad, que haya reparación y compromiso de no repetición en lo relacionado con la violencia sexual.
Esto, en lo concreto. En el plano general, hay que respaldar y reproducir el llamado que hicieron las mujeres a las víctimas para que no sientan miedo ni vergüenza. Al contrario, la exhortación es a que alcen su voz y sean escuchadas, que rompan con la cultura del silencio, para que los únicos que sientan vergüenza sean los agresores, esos criminales que se han ensañado contra las mujeres como trofeo de guerra.
Qué bueno que en el Gobierno exista ya un compromiso para atender a las mujeres que han padecido estos vejámenes. Lo importante es continuar el esfuerzo y que este siga por la senda de la reparación y no caiga en el asistencialismo, como bien lo advirtió la Unidad de Víctimas.
Que hoy se esté dando esta necesaria discusión obedece al empuje de las mujeres, a que no han desfallecido pese al alto costo que han pagado. Esto lo deben tener muy presente las Farc, que ahora tienen el balón en su cancha y de las que lo mínimo que se espera es que no se opongan a que en la mesa se toque un asunto que no se puede evadir, si de lo que se trata es de construir una paz estable y duradera.