Por la memoria de Jenny, Jimmy y Jefferson
El 23 de noviembre pasado, Don José Álvaro en compañía del hijo que sobrevivió porque se encontraba con la mamá en Venezuela, viajó desde Arauca, donde se desplazó luego del asesinato de sus 3 hijos.
Fueron 3 horas de recorrido y lo primero que visitó fue la Escuela Alto Caño Martín, donde estudiaban sus hijos; apenas comenzaban la clases y todavía iban llegando los niños y niñas, en ciclas, burros, a pie.
«Antes de que mataran a Jenny y a sus hermanitos, siempre venían mas o menos 30 estudiantes, ahora son sólo 22, tanto los papás como a los mismos niños les da miedo venir», comenta el profesor Campo Elías Carvajal.
Realmente, a lo que le temen es al camino de regreso a casa, porque aunque normalmente van acompañados entre sí, ellos señalan unos matorrales donde dicen que a veces se esconden hombres armados, entonces pasan corriendo.
Ese día en la escuela se adelantaba una jornada de atención psicosocial con los niños y las niñas, «se dieron la oportunidad de hablar de sus sentimientos y así iniciar la fase del duelo», señalaba Silvia Parra Gómez, la psicóloga, del proyecto Aporte al Bienestar Integral de las Niñas Rurales, que dirigía la actividad.
José Álvaro siguió su recorrido de casa en casa, primero fue a donde Omaira, «esta es la casa de más confianza de mis hijos, el hijo de ella, era el mejor amigo de Jimmy». Saluda a la comadre, ella lo abraza y le cuenta que está preocupada por Dayner, su hijo, «desde el entierro, no come bien y se la pasa llorando. Anda flaco y ojeroso. Tiene unas fotos que salen juntos y las pegó frente a su cama y se pasa toda la noche mirándolas antes de dormirse».
Don José Álvaro se acerca a ver las fotos y pregunta si no tiene una donde salga Jefferson, el niño menor, pues carga en su billetera fotos de todos «menos del finadito pequeño». Omaira saca un álbum y encuentra una donde sale el niño en el fondo de la foto y se la regala para que cuando vaya a Arauca trate de sacar una copia del pedazo donde se ve.
Toma un vaso de limonada y sigue su camino hacia su parcela, pasa por la casa de Janeth y Beto. «Don Álvaro, acá le tenemos su guadañadora, unas ollas y otras cositas que sacamos de su casa para que no se las robaran», le grita Janeth.
Pasa de largo y le promete que al regreso entra a saludarla. Se encuentra a dos vecinos en la sombra de un árbol, están descansando junto a sus guadañadoras. A gritos celebran la visita y le preguntan si va para la casa. «Sí, voy a ver como están las cosas por allá», les responde.
Luego de una hora de recorrido, en el carro de un vecino que presta servicio de transporte público interveredal, Don Àlvaro por fin llega a su casa, y comienza a bajar racimos de plátano, «tengo como como 1,000 matas sembradas, 600 acá a la entrada y otras 400 allá más arriba de la casa».
Al final del platanal, una casa de madera sin terminar, Don Àlvaro apenas la mira y sigue caminado, luego retoma «íbamos a mudarnos ahí, ya me faltaba sólo la cocina, esa casita iba ser más grande que en la que estábamos, además allá abajo cuando lloviera no se iba empantanar, como acá».
Se quita el sombrero y comienza a mirar como está su casa. Sobre una mesa en la mitad del espacio, reposan unos cuadernos, sucios de agua y tierra, pasa las hojas y señala, esta es la letra de Jenny, al lado unos colores, un casete sin cinta y unos juguetes dañados. Don Álvaro no los toca y se dirige a la cocina.
«La última vez que los vi, la Jenny estaba acá parada haciendo el almuerzo y los niños ahí al frente jugando», comenta. Decide ir a ver como está «el lugar de los hechos» y por el camino entre matas de plátano, busca un machete rojo que se le perdió ese día.
Las 2 fosas donde fueron enterrados los 3 niños, son realmente cerca a la casa. «En una estaba la niña sola, y en la otra pusieron a los dos niños», cuando termina de decir eso, comienza a llorar, se pone la mano en la frente y se pregunta «¿cómo sacaron a los niños de la casa, qué les habrán dicho?, yo les advertía bastante de no ponerse a hablar con extraños».
Cuando regresa a la casa, se encuentra a los amigos que lo están buscando, llevaban más de 1 mes sin verse y hablarse. Eran los mismos que le ayudaron a buscar a los niños y que finalmente encontraron las fosas. Junto a ellos, 2 funcionarios de una Brigada Móvil del ICBF que brindan acompañamiento especial a la comunidad, que en general se ha visto afectada psicológicamente por lo sucedido con los hermanos Torres Jaimes.
«La fosa la encontramos porque la tierra en ese pedazo estaba blandita, y eso que la habían tapado con palos y maleza, pero la tierra normalmente es fuerte y compacta, como acá donde estamos parados», señala uno de ellos y da pie para que comiencen a hilar teorías de lo que le pudo haber pasado a los niños.
Recuentan los lugares donde los buscaron, recuerdan que ese día llovió y que en algún momento pensaron que la mamá había llegado de Venezuela y se los había llevado sin avisar. Con indignación también comentan que cuando encontraron las fosas e intentaron dar aviso a las autoridades, un campamento militar muy cerca de la casa de Don Álvaro, el comandante de la Tropa que los atendió que portaba en su uniforme el apellido Muñoz, y que se presentó como el subteniente Felipe Muñoz, les dijo que no les podía ayudar.
Justamente, es el mismo hombre que hoy está siendo investigado por la Fiscalía 51 de la Unidad de Derechos Humanos. Su verdadero nombre es Raúl Muñoz, fue retirado de su cargo como comandante de la patrulla Los Buitres 2, adscrita a la Brigada Móvil 5 del Ejército Nacional, la semana siguiente que se conoció la denuncia, y actualmente se le acusa de dos delitos de acceso carnal violento, uno ocurrido el 02 de octubre con una menor de 14 años, y el de la niña Jenny Torres Jaimes, además de triple homicidio agravado.
Para finales de febrero de 2011 está citada la Audiencia preparatoria por parte del Juzgado Penal del Circuito de Saravena, donde la defensa descubrirá las pruebas favorables al exmilitar, según lo anunció su abogado en la audiencia anterior, y con las que en el juicio oral tendrá que demostrar la relación «consentida» con la menor, lo cual manifestó el sub- oficial trasn conocerse que las pruebas forenses determinaron que efectivamente él sostuvo una relación sexual con la niña horas antes de su desaparición y asesinato.