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El abuso sexual es normalizado y naturalizado en el conflicto colombiano

Escrito por  el 
30 junio, 2011

    El abuso sexual como una de las múltiples caras de la violencia de género no se da sólo en las filas de grupos subversivos sino también en las comunidades con presencia de fuerzas militares y grupos paramilitares.

    Humanidad Vigente adelanta una investigación sobre los impactos del conflicto armado en la vida de las niñas y adolescentes y para esto ha retomado más de treinta testimonios individuales y colectivos, de niñas, mujeres y adolescentes de Arauca y Nariño de comunidades indígenas, afros y campesinas. En este trabajo de más de seis meses, los investigadores han explorado la violencia de género soportada en una sumatoria de agravios que van desde amenazas y reclutamiento ilegal, hasta lesiones personales, asesinatos, enamoramiento y violencia sexual.

    Los testimonios de los diez grupos focales realizados con ellas en estas regiones entre 2010 y 2011, evidencian que más allá de hechos aislados, nos enfrentamos a una tendencia histórica, sistemática y estructurada en que las niñas y las mujeres son representadas como objeto al servicio de las masculinidades domesticas, comunitarias e institucionales, situación potenciada además por el conflicto armado interno, pero precedida de representaciones sociales e históricas sobre el cuerpo e identidad de la mujer.

    La investigación de Humanidad Vigente avanza hacia la documentación de una violencia de género simétrica, en que patriarcalismos históricos se reconfiguran con el conflicto armado bajo una concurrencia de actores armados legales e ilegales, traspasando con agresividad el cuerpo y la identidad de mujeres y niñas, atentando además contra su propia construcción y empoderamiento individual y colectivo en diversos escenarios micro y macrosociales (lo domestico, lo comunitario, lo local, lo regional y lo nacional).

    En este proceso de victimización sistemática, el trabajo de campo no sólo evidencia la concurrencia de actores y violencias sino de vulnerabilidades sociales, cuando encontramos una prevalencia especial de la situación en zonas rurales, fronterizas y suburbanas, con una institucionalidad democrática insuficiente, así como desigualdad y pobreza.

    Análisis de alta calidad como los de la Mesa de Mujer y Conflicto Armado en sus diez informes anuales sobre violencia sociopolítica contra mujeres, jóvenes y niñas en Colombia, publicados entre los años 2000 y 2010, e investigaciones exhaustivas como la de Erika Paez sobre Las niñas en el conflicto armado en Colombia, publicada en 2010, por citar algunos ejemplos, han dado cuenta de un fenómeno que siendo histórico en el país, no genera aún la resonancia social, política y cultural requerida para afrontarlo en términos de políticas públicas, judicialización y movilización social.

     

    La dimensión de la violencia sexual en el conflicto armado como violencia de género

     

    Por otra parte, varios testimonios recibidos por la investigación de Humanidad Vigente y otros de los publicados por Erika Páez, superan incluso la dimensión de lo que se entiende por violencia sexual, más allá de la brindada por estudios internacionales como los de Elisabeth Wood, quien en 2006 publicó Variation in Sexual Violence During War, en Politics and Society, y Michelle Leiby en su libro de 2009 Wartime Sexual Violence in Guatemala and Perú.

    Wood centra la violencia sexual de conflictos armados interestatales e intratestatales, en el acceso carnal violento como crimen conexo con otros como la esclavitud sexual, la tortura y la prostitución forzada, a partir de rituales de guerra como violaciones individuales o grupales, públicas o privadas, ocasionales o permanentes, al interior tanto de guarniciones militares como de establecimientos comerciales o escenarios domésticos y comunitarios.

    En este sentido la autora se refiere a la prevalencia de una violencia sexual perpetrada por ejércitos y milicias, idea complementada por Michelle Leiby, que la enmarca aun más en la esfera de lo Estatal, dado que, según ella, no es una expresión de violencia tan común en grupos subversivos, ante su afán estratégico de ganar legitimidad y aliados entre la población civil para lograr mayor control, permanencia y expansión territorial.

    Sin embargo, con algunas niñas, adolescentes y mujeres araucanas y nariñenses que han participado en el estudio de Humanidad Vigente, se evidencia una violencia sexual que como expresión de la violencia de género, traspasa el acceso carnal violento y sus rituales previos y posteriores referidos por Wood, para naturalizarse además con el abuso sexual como forma de normalizar y cotidianizar el dominio masculino del cuerpo y la sexualidad femeninas.

    Algunas de las historias publicadas por Páez evidencian además prácticas de violencia sexual cotidianas, perpetradas por grupos subversivos al interior de sus filas, donde el abuso sexual se ha convertido de forma adyacente al reclutamiento ilegal, en una práctica colectiva de instrumentalización de las niñas y adolescentes.

    Como en varios de los testimonios publicados por la investigadora, el estudio de Humanidad Vigente también encontró en su estado del arte, una división de roles de género dentro de las filas de estos grupos, que hacen del cuerpo de las menores territorio común de la tropa, mediante una supuesta naturalización y normalización de la situación, que las despoja de su derecho a la intimidad, la autonomía y su control del mismo.

    En algunos testimonios individuales del libro de Páez, el hacerlas bañar y desvestirse en público en los campamentos guerrilleros, es el primer paso para naturalizar la idea de sacar el cuerpo de la esfera de lo intimo en las filas, para luego emplear el acceso sexual como forma de hacerlas sentir reconocidas. En este caso el sexo más que la fuerza, se convierte para la niña en forma de obtener protección de un comandante, reconocimiento y afecto, así como de demostrar lealtad y/o madurez.

    Así mismo, la adopción colectiva del cuerpo de las niñas y adolescentes tiende también a pasar por un proceso de ideologización en que la guerra justifica el pragmatismo en el manejo de roles de género y la sexualidad, y en que lo colectivo del proceso mismo de adoctrinamiento debe pasar también por el cuerpo y la piel tanto de las adultas como de las menores.

    En el texto Páez, las historias evidencian como tras el ideal de libertad y una supuesta igualdad de roles de género, la niña es sometida a un falso proceso de empoderamiento en que se le enseña a ser mujer en función de los intereses masculinos, normalización clandestina del abuso sexual que según algunos testimonios del estudio de Humanidad Vigente, pueden encontrar condiciones ideales de impunidad en comunidades donde estas prácticas son relativamente normales y parte de su idiosincrasia, no motivando denuncias en serie, regiones del país donde el dominio del hombre sobre la mujer ha sido amplia y tradicionalmente erotizado.

    Ambas investigaciones dejan al descubierto los mecanismos para llevar a la menor hacia una precocidad y promiscuidad sexual inducidas, pasando por la planificación y abortos forzados en diversos casos de embarazo, limitando su comprensión de la dimensión afectiva y no instrumentalista, de su propio cuerpo y sexualidad.

    El abuso sexual como una de las múltiples caras de la violencia de género no se da sólo en las filas de grupos subversivos sino también en las comunidades con presencia de fuerzas militares y grupos paramilitares, aunque en el caso del Ejército, estas no son adyacentes al reclutamiento ilegal sino al acoso y enamoramiento de las menores, según lo narrado por varias entrevistadas en ambas regiones.

    Más allá de la violación sexual como forma de limpieza étnica o social, venganza, escarmiento o humillación colectiva para el control territorial y poblacional por medio del miedo a la que se refieren Wood y Leiby, el abuso sexual como violencia de género se orienta además a instrumentalizar de manera cotidiana a la mujer como aliada dentro o fuera de las filas, desde el rol de género que le ha asignado históricamente el patriarcalismo, el de servir con la sumisión de su cuerpo y sexualidad, no sólo en lo doméstico sino también fuera de él, en escenarios como la guerra; Aversión que no sólo involucra a actores armados legales y grupos paramilitares, sino además a la subversión armada como en el caso colombiano, teniendo como ejemplo las historias narradas por algunas niñas, mujeres y adolescentes en Departamentos como Arauca y Nariño.

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